A dos años de la Ley de Paz Total

Nov 5, 2024 | Columnas de Opinión

«Ataviado en una ruana multicolor y con la sonrisa de una gobernabilidad todavía boyante, Petro estampó su firma en la Ley que se convirtió en el “alma y nervio” de sus primeros dos años en el poder. Sin embargo, a dos años de la sanción de una ley totalizante, irónicamente, la incertidumbre es total.»

Fredy Chaverra Colorado

Politólogo, Mag. Ciencia Política. Asesor e investigador. Integra la plataforma nacional Defendamos la Paz (DLP).

chaverra01@gmail.com

La modificación, adición y prórroga a la Ley de Orden Público -Ley 418 de 1997- ya se ha convertido en una tradición republicana. Así, cada nuevo Gobierno fija los cimientos de su visión de paz; desecha o continua los esfuerzos emprendidos por el Gobierno anterior e imprime su sello, ya sea la solución política, ya sea la quimérica derrota militar. Pero solo en este Gobierno esa tradición se convirtió en un centro gravitacional que mediatizó una buena parte de la acción gubernamental en lo que se dio a conocer como la Paz Total.

El 4 de noviembre del 2022 la Ley 2272 o Ley de Paz Total fue sancionada por el presidente Petro en un evento bastante sobrio.

Ataviado en una ruana multicolor y con la sonrisa de una gobernabilidad todavía boyante, Petro estampó su firma en la Ley que se convirtió -para bien, o para mal- en el “alma y nervio” de sus primeros dos años en el poder. Por aquellos días no le inquietaba su problemática visión totalizante o el excesivo voluntarismo; para nada, al ritmo de una composición jazzística -cortesía del excanciller Leyva- y al filo de la medianoche del 31 de diciembre de 2022 el presidente trinó en X: “La Paz Total será una realidad”. Una promesa para el 2023.

Pero la actual relación del presidente con aquella promesa es sintomática del estado en el que se encuentra la Paz Total. Porque de ser un centro gravitacional, la “palabrita” se volvió molesta y progresivamente dejó de tener un rol destacado en el discurso oficial. En poco tiempo la Paz Total demostró su fragilidad estratégica al quedar reducida al mínimo de sus posibilidades: apertura indiscriminada de procesos de paz -con diálogos políticos, sociojurídicos y sociopolíticos-; un cuestionable rediseño institucional para supuestamente “repotenciar” la implementación del Acuerdo de Paz; una desconexión entre la política de paz y la política de seguridad; etc. 

Ni como política o acción de Gobierno la paz llegó a ser total y, por el contrario, se convirtió en uno de los flancos más débiles en la ambiciosa promesa del “cambio”.

Aunque no quisiera caer en otro episodio más de la fracasología nacional, puesto que, en homenaje a los recuerdos, fui un entusiasta de la Paz Total. Aclarando que nunca me sentí del todo cómodo con el “nombrecito” y que dudé de la voluntad de algunos de los actores convocados a montarse al tren. Pero tras cuatro años confrontando aquella simulación que se dio a conocer como la “paz con legalidad”-; defendiendo con sangre, sudor y lágrimas el Acuerdo de Paz que cambió para siempre la historia del país; y movilizándome por la defensa de la vida de los líderes sociales y los firmantes de paz, pues la promesa de un cambio que se dio a conocer como la Paz Total sí me movió con intensidad.

Y echando mano de un dicho popular: nadie dijo que sería fácil.

No obstante, los hechos son tozudos y terminan por moldear las expectativas. Por estos días, la Paz Total ya dio todo lo que tenía para dar, y aunque realmente no fue mucho lo que dio, tampoco fue tan intrascendente. Más allá de la deriva en procesos de negociación que parecen no tener norte político o jurídico -hasta el más avanzado, el que se viene adelantando con Comuneros del Sur en Nariño, no tiene la más mínima certeza jurídica-, destaco como sus principales logros: la entrada en vigencia del servicio social para la paz, la creación de los lineamientos para la activación del Gabinete para la Paz y, especialmente, las miles de vidas que se han salvado en procesos de diálogo que han priorizado las dinámicas humanitarias sobre los acuerdos de largo aliento.   

Sin embargo, a dos años de la sanción de una ley totalizante, irónicamente, la incertidumbre es total. No creo que la apuesta de Petro se convierta en una política de Estado o, si acaso, en un punto de referencia positivo en el próximo Gobierno (sea el que sea). La única certeza que veo en medio de un panorama tan confuso es la siguiente: la Paz Total no fue una realidad.

Y como corolario sentimental, en el mensaje de navidad para el año 2024 el presidente mencionó la palabra Paz siete veces, pero en ninguna oportunidad -y revisé varias veces el comunicado para estar seguro- con el apellido Total. ¿Cuál será el mensaje para el 2025?

 

*Las opiniones expresadas en esta publicación son de exclusiva responsabilidad de la persona que ha sido autora y no necesariamente representan la posición de ISEGORÍA al respecto.