Después de la euforia
«Tanto el anuncio de los acuerdos, como el inicio de su implementación, han sido recibidos por la opinión pública en general con fervoroso entusiasmo. Sin embargo, después de la euforia, se espera que, con la serenidad y la rigurosidad necesaria, el CNP asuma la responsabilidad asignada de diseñar la forma práctica de la participación de la sociedad».
Álvaro Rodríguez Pastrana
Profesional en Relaciones Internacionales y Estudios Políticos con Maestría en Educación. Asesor en la Unidad Especial de Paz de la Universidad de Antioquia.
alvaro.rodriguezp@udea.edu.co
El pasado 4 de agosto se instaló públicamente el Comité Nacional de Participación –CNP–, instancia creada por la Mesa de diálogos de paz entre el gobierno colombiano y el Ejército de Liberación Nacional. El hecho se ha considerado por opinadores y, especialmente por elenólogos, como un hito en los procesos de negociación con el ELN, ya que, con la conformación del mismo, se da inicio a la participación de la sociedad en el proceso de construcción de paz.
Este había sido, sin duda, el principal escollo en los procesos de negociación con esta guerrilla, que había insistido, históricamente, en que los términos de la paz debía definirlos la sociedad, de forma amplia y plural y no una mesa bilateral de las partes que están en confrontación. Era un tema que, en cualquier caso, no le terminaba de gustar a los gobiernos anteriores que decidieron negociar, seguramente temiendo politizar la paz, ya que siempre vieron las negociaciones apenas como un escenario para lograr la desmovilización de las guerrillas.
Tanto el anuncio de los acuerdos, como el inicio de su implementación, que está teniendo lugar desde el 3 de agosto (al proceso de participación se suma la entrada en vigencia plena de del CFBNT), han sido recibidos por la opinión pública en general y, especialmente, eso que llamamos ecosistema de paz (entidades, instituciones, organizaciones y movimientos por la paz) con fervoroso entusiasmo.
Sin embargo, después de la euforia (que este proceso se encarga de renovar con la pompa y la magnificencia de cada anuncio), se espera que, con la serenidad y la rigurosidad necesaria, el CNP asuma la responsabilidad asignada de diseñar la forma práctica de la participación de la sociedad. Es un mandato al que, por supuesto, no se le desconoce la importancia, sin embargo, puede que no se haya develado su complejidad.
En términos generales, la propuesta del CNP no puede ser, en ningún caso, el reciclaje de metodologías y estrategias de participación cuyo efecto práctico, para la toma de decisiones y la construcción de consensos, esté probado como limitado o restringido. Las formas del foro, audiencia, asamblea o comité (solo por nombrar algunos), están desgastadas en los imaginarios de las comunidades y las organizaciones. A suficientes de estos espacios ya fueron convocados en las últimas décadas, con efectos limitados.
Hay que transformar la noción de participación, no solo en la perspectiva de cualificarla política y técnicamente, sino también para promover formas que privilegien la naturaleza propositiva y los enfoques prospectivos de estos escenarios y mecanismos.
La participación debe dejar de ser llenar escenarios físicos y el indicador de pertinencia no puede seguir siendo -únicamente- la cantidad y la diversidad de los participantes. También debe haber un salto cualitativo en el sentido práctico de estos mecanismos, para que superen los escenarios reivindicativos (sin que ello implique desconocer su importancia) y asciendan a formas prácticas de hacer política: opinar, proponer, argumentar y construir consensos.
Si algo se requiere para que el CNP pueda ofrecer una ruta de participación en esta dirección, será creatividad e innovación, para que sus propuestas sean audaces y originales. Que los escenarios, mecanismos y dispositivos propuestos estén en la capacidad de capturar sentidos, lenguajes, motivaciones y significados, al tiempo que permiten la deliberación razonada y crítica y la construcción de consensos.
En términos más concretos, el modelo del diseño de la participación de la sociedad, que permita cumplir los objetivos planteados en los acuerdos 9 y 11, más allá de su fundamentación conceptual y metodológica -en torno a la cual se define su espíritu y alcance político-, debe considerar por los menos los siguientes elementos:
Las técnicas y las metodologías, integradas en el modelo, deberían estar en la capacidad de conciliar las discusiones y decisiones en torno a los temas de orden nacional y territorial. Tanto en la dimensión diagnóstica como propositiva, aparecerán opiniones y propuestas de estos dos ámbitos y el modelo debe prever las formas de integrarlos en todos los escenarios que disponga, en la perspectiva que las distancias de las dos discusiones (porque aun siendo complementarias, son diferentes), no disloquen y rebasen la capacidad de los escenarios de participación que se convoquen.
Por otro lado, con el fin de reconocer -no solo como un asunto simbólico o una deferencia- el acumulado de trayectorias y experiencias que el país, en sus distintas formas organizativas e institucionales ha acumulado en relación con la construcción de paz, el modelo debería considerar un alto grado de ecología de procesos, escenarios e instancias en las cuales se ha venido discutiendo y construyendo la paz.
En su conjunto, esa experiencia del país representa todos los esfuerzos que la sociedad ha hecho para construir la paz y defenderla, en medio de las hostilidades de la violencia y, por lo tanto, desconocerla sería mezquino y torpe. Será más estratégico reconocer todo su potencial político, sus capacidades consolidadas y, sobre todo, su legitimidad.
Un asunto adicional que debe tener en cuenta el diseño del modelo de participación que proponga el CNP es el de la sistematización de las discusiones y consensos, según lo consideran los propios acuerdos sobre participación. No es un asunto menor, ya que, del sistema de acopio, consolidación y análisis de todas las discusiones, depende la forma estratégica en la cual serán presentados los resultados del proceso y por lo tanto su impacto y pertinencia real y práctica en la negociación.
El proceso de sistematización que contemple el diseño de la participación garantiza, además, que sus resultados no sean el producto de unas discusiones cerradas y pequeñas en algún hotel o alguna sala de reuniones en Bogotá, sino que se construyen como parte del mismo proceso y que son validados en tiempo real con la sociedad convocada. Sobre todo, que el resultado no sea, ni un volumen eterno de relatorías, ni un listado infinito y abigarrado de solicitudes.
Finalmente, y tal vez lo más importante de la propuesta de CNP, será que su implementación sea una oportunidad para renovar el entusiasmo ciudadano por la posibilidad de la paz. Entusiasmo que el país vivió durante la negociación con las FARC pero que se esfumó dramáticamente en la medida que el Estado ha sido incapaz de cumplir con los compromisos de la implementación del Acuerdo de 2016. Del carácter faltón del Estado, sobrevino el desencanto de la sociedad.
Por eso, según como se vuelva a convocar a la sociedad para, en este caso, participar de los términos de un nuevo acuerdo de paz, se puede revitalizar la pasión de los ciudadanos para respaldar, impulsar y legitimar un nuevo proyecto de paz negociada. Así, el proceso, en sí mismo, podría devolverle al país la esperanza de la posibilidad de un futuro distinto.
No es pues un asunto menor el encargo al CNP. Después del entusiasmo desbordado (también comprensible), el país espera que los miembros del Comité asuman el mandato que se les ha otorgado con la seriedad y también con la suficiente creatividad y audacia, para abordar los retos propios de su responsabilidad. No hay que olvidar que el diseño de la participación de la sociedad puede funcionar como un dispositivo de transmisión de potencia, en la medida que puede convertir la energía de la sociedad, en energía para que la negociación (en su dimensión bilateral), en términos generales, sea exitosa.
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