“Cuando los perros ladren y no haya miedo, habrá más paz”: Daniel Ortega sobre los indicadores de paz cotidiana
En Colombia, la paz no siempre se mide en acuerdos ni en cifras. A veces se mide en el poder dormir tranquilos aunque los perros ladren en la noche. Entrevista con Daniel Ortega, sociólogo e investigador de la organización Indicadores Cotidianos de Paz.

Daniel Ortega. | Foto: Valentina Arango Correa.
Valentina Arango Correa
En Colombia, la paz no siempre se mide en cifras o en la firma de acuerdos, sino en los gestos más sencillos de la vida cotidiana. Ese es el corazón del informe Los perros ladran en la noche, elaborado por la organización Indicadores Cotidianos de Paz (EPI). Su título nace de un hallazgo poderoso: en comunidades de Antioquia, Cauca y Sucre, la gente dijo que la paz significa no sentir miedo cuando los perros ladran en la noche. Este indicador sintetiza una verdad profunda y dolorosa, esa donde el ladrido fue sinónimo de zozobra, de la presencia de actores armados, del riesgo de que alguien fuera sacado de su casa en la oscuridad. Hoy, escucharlo sin temor refleja un cambio en la percepción de seguridad, y revela cómo la paz se experimenta en lo más íntimo de las comunidades.
El informe recoge más de 7.700 indicadores de paz cotidiana construidos junto a 44 comunidades en 21 municipios del país. A diferencia de la visión institucional que suele reducir la paz al silencio de los fusiles, las comunidades la entienden como algo más integral que aborda el acceso a educación, carreteras, salud, fortalecimiento del tejido social y de sus formas de organización, además de la ausencia de la guerra. Para profundizar en estos hallazgos y en los retos que plantean a la construcción de paz en Colombia, conversamos con Daniel Ortega, sociólogo e investigador de la organización Indicadores Cotidianos de Paz, especializado en justicia transicional.
El informe se titula Los perros ladran en la noche. ¿Por qué escogieron ese nombre y qué significa en términos de cómo las comunidades entienden la paz?
Este título nace porque en varias comunidades surgió un indicador con palabras similares que dice: la paz significa cuando no hay miedo de que los perros ladren en la noche. El indicador cotidiano de paz es no tener miedo de que los perros ladren en la noche. Tradicionalmente, asociar en la noche el ladrido de los perros con inseguridad, peligro, intranquilidad y zozobra era muy común en los territorios. Si se logra un cambio en la percepción de esto, significa que es un paso más hacia la paz. Entonces, cuando los perros ladren y no haya miedo, habrá más paz, en el sentido de lo que realmente significa vivir en paz en las comunidades.
¿Qué nos dicen sobre eso estos indicadores de paz cotidiana?
El concepto de esta metodología se basa en que las concepciones o el contenido de la paz son diferentes para cada comunidad, para cada escala territorial. Entonces, ¿quiénes son los llamados o más indicados a definir qué es paz? Son las personas que han experimentado el conflicto, han sido afectadas por la guerra y viven en el mismo territorio. Estos indicadores lo que hacen es expresar cuál es el contenido de la paz, las percepciones para cada comunidad. Lo que encontramos en Colombia es que, a diferencia de lo que se suele pensar —que la paz está asociada con el silencio de los fusiles o con temas de seguridad—, para la gente la paz está relacionada con muchas más cosas: con el cambio en las condiciones materiales de vida, en el acceso a derechos, en el fortalecimiento del tejido social, y también, en menor medida, con temas tradicionales como seguridad, fin de la guerra o justicia transicional. Eso no implica que estos sean más o menos importantes, sino que la paz está constituida integralmente por la gente. Entonces es necesario avanzar en construir carreteras terciarias, en que haya educación universitaria en los territorios, en que las comunidades fortalezcan sus formas organizativas, juntas de acción comunal, resguardos indígenas, consejos comunitarios. Pero también efectivamente es importante que cese la guerra y las afectaciones violentas en los territorios.
¿Cómo entendemos esa diferencia entre la paz que se lee muchas veces desde lo institucional y la paz que se vive en la cotidianidad de la gente?
En Colombia tenemos ya una tradición de varios años de intentos y procesos de construcción de paz. Ahora existe una institucionalidad grande de justicia transicional, como la Comisión de la Verdad o Justicia y Paz en el pasado. Han sido esfuerzos por definir cómo sería la paz, pero en muchos casos desde los expertos, desde el centro de Colombia, desde las oficinas. Ha faltado, aunque ha habido, más participación de las comunidades, de los territorios, de las víctimas. La participación en los procesos de paz ha ido en aumento, reconociendo su ausencia en acuerdos anteriores. Pero han sido insuficientes. Una parte de lo que decimos es que es necesario vincular las concepciones de paz locales y territoriales con la política pública y las políticas de construcción de paz que hace el Estado o la cooperación, para que tengan más sentido, más legitimidad, más sostenibilidad, porque representan lo que la gente demanda y anhela. No es necesario ponerlas como dicotómicas, pero sí hay tensiones entre esta paz nacional, estatal, y lo que en los territorios se anhela como paz.
Después de la investigación, ¿cuál es la preocupación o el reto que les queda a las comunidades para poder sostener estos indicadores de paz cotidiana? Por ejemplo, si ahora ya no da miedo que los perros ladren en la noche, ¿cómo se sostiene esa percepción de paz?
Una cosa es que estos indicadores también a veces son como una fotografía, pero los procesos son cambiantes. La dinámica de seguridad y conflicto armado en Colombia hoy está entrando en un nuevo ciclo con nuevos actores y una intensidad diferente, lo que cambia las percepciones de paz de las comunidades. Donde la guerra es más intensa, las preocupaciones son diferentes porque lo urgente es que paren las violaciones a los derechos humanos para poder avanzar en otras dimensiones. La preocupación es que se despertaron muchas expectativas alrededor de la implementación del acuerdo de paz, los planes de desarrollo con enfoque territorial, la justicia transicional, la participación, que no se materializaron en muchos territorios. Esto ha roto un poco la esperanza. Entonces, una preocupación es que hubo una promesa incumplida. Estamos en otro ciclo de guerra, pero también reconocemos que una parte importante de la paz no pasa por el Estado, sino por la gestión de las comunidades sobre sí mismas.
Sabemos que la paz no depende solo del Estado porque las comunidades tienen formas de convivencia, de resistencia, de diálogo, como de pequeñas paces. Si la paz no depende solo del Estado, ¿cómo debería responder este a las percepciones y construcciones locales de paz que hacen las comunidades?
El Estado primero tiene que ser respetuoso y, segundo, incentivar el fortalecimiento de esas formas organizativas. En el caso de los pueblos étnicos están los resguardos indígenas, los consejos comunitarios del pueblo negro; para las sociedades campesinas son muy importantes las juntas de acción comunal. Una parte de construir paz pasa por fortalecer, dar espacio y agencia a estas formas organizativas. Sin embargo, en muchos territorios las comunidades no están organizadas porque el conflicto armado fracturó el tejido social y generó miedo a organizarse. Diría que una parte es proteger esos ejercicios. Pero en muchos de estos territorios el Estado no existe, y hay una deuda pendiente: que llegue, pero no solo mediante la presencia militar, sino ampliando el acceso a derechos y servicios.
¿Cuál cree que es el desafío central de la paz en Colombia hoy?
Estamos en un escenario que podríamos decir de fracaso de la política de “paz total” del gobierno, que no logró materializar sus procesos. El reto grande es, por un lado, que el Estado pueda sostener procesos de diálogo, seguir creyendo en la solución política al conflicto, pero reformularse para que la participación de la sociedad tenga cada vez mayor cabida. De lo contrario, está surgiendo de nuevo la idea de una salida militar: bombardear, volver a la guerra. Y eso es preocupante, porque puede generar mayores daños y afectaciones a la sociedad, especialmente en los territorios más excluidos.
Me gustaría invitar a que consulten el informe Los perros ladran en la noche, donde mostramos varias historias y ejemplos de indicadores cotidianos de paz en Colombia, y entender desde otra perspectiva complementaria este tema tan complejo que es la paz.