Memorias y mujeres de Amalfi
En Amalfi, la memoria se construye paso a paso, como quien cose, borda o guarda un objeto querido en una caja para que no se pierda. En la Asociación de Víctimas de Amalfi, habitantes del municipio y de veredas cercanas se encuentran para hablar de lo vivido: desplazamientos, ausencias, duelos, amenazas, silencios impuestos por el miedo y también cuidados que sostuvieron a sus familias en medio del conflicto. Son historias marcadas por el tránsito entre el campo y el pueblo, por los retornos obligados y las partidas repentinas; por hijos que crecieron entre montañas, minas y ciudades; por padres y hermanos que no volvieron; y por objetos que acompañaron el recorrido —una colcha en construcción, un altar heredado, un peluche que cruzó territorios— como formas sencillas y profundas de conservar lo que importa. Estos espacios comunitarios se han vuelto lugares para escucharse, reconocer lo que cada una trae y tejer las memorias de Amalfi desde la vida cotidiana, sin monumentos ni discursos oficiales. Aquí, la memoria va más allá del recuerdo de la guerra, está en el gesto de cuidar, de reunirse y de acompañar.
Rosa Hernández
“Hace 46 años que estoy acá. A mi hijo Omar se lo llevó un grupo armado y no volví a verlo nunca. Él me decía que le cargara la mano con arroz porque le gustaba mucho; yo le echaba bastante cuando había. Yo lo espero a él diario, así sea muerto, los meros huesos, el polvo. A veces sueño que llegó y me levanto muy contenta. Tengo 78 años y todavía lo espero. Estoy en la Asociación de víctimas, allá uno escucha cositas y se distrae”.
Doralba Jaramillo
“Yo toda la vida he sido de acá. Esa niñez dura: trabajar en el campo, subir la loma para la escuela y me sacaron a trabajar. Cuando yo me fui de la casa, mi papá apareció muerto en una cuneta, lo mataron. Después a mi esposo también lo mataron acá en el pueblo. Yo estoy haciendo la colcha: puse ‘Mesa de víctimas’ y la fecha en que lo mataron; falta poner el nombre de él y la foto. Fui donde Gloria para que me ayudara, esa colcha queda muy hermosa. Me gusta estar ahí en la Asociación, trabajando y dando información”.
Berta Londoño
“Yo nací y me crié en las veredas Tapón y San Julián. Me vine al pueblo con mis cuatro hijos y trabajé lavando ropa, en casas de familia. A mi hija me la desaparecieron en el 98. A Jaime Alberto, mi hijo mayor, me lo mataron en el 2001, después me dijeron que eso hacía parte de esos falsos positivos. Y al otro en el 2005. Yo guardo fotos, ropa, objetos, cadenas… voy a poner todas las fotos en un cuadro grande para no estar guardando. Llegué a la Asociación de Víctimas, porque soy víctima y ahí me quedé”.