Una escuela popular para escuchar la ciudad y caminar hacia la paz
En Medellín, antes de que exista cualquier documento, decreto o plan, la ciudad se escribe en los pies de quienes la caminan. Las laderas guardan historias de llegada, de resistencia y de búsqueda de una vida en paz. Por eso una escuelita decidió empezar por lo más sencillo y a la vez lo más profundo: escuchar. Escuchar a las mujeres que todavía tiemblan al hablar en público, a los firmantes que cuidan la tierra que un día les fue ajena, a las víctimas que quieren entender y ser entendidas, y a las comunidades que saben lo que necesitan sin que nadie tenga que explicarles. Allí comenzó esta historia. Allí empezó a nacer una forma distinta de hacer paz.
Escuela en San Sebastián de Palmitas| Foto: Valentina Arango Correa.
Redacción Unidad Especial de Paz
En Medellín, la paz se teje en lo cotidiano. Se forma en las laderas, en las casas levantadas con esfuerzo y en los encuentros donde las personas comparten lo que han vivido. La Escuela Territorial con Enfoque de Paz nació en 2021 para fortalecer las capacidades comunitarias en planeación, participación y convivencia. Desde entonces se realiza cada año y se ha consolidado como un proceso que parte del territorio y regresa a él. Sobre esto, Claudia Reginfo González, investigadora y profesora de cátedra de la Universidad de Antioquia, y parte del el Proceso de Memorias Colectivas y Paz Territorial de la Zona Nororiental afirma: “La Escuela es encuentro. Y yo creo que esa es la primera escuelita para la paz”.
Este año se llevó a cabo su cuarta versión. Durante varios meses, la Escuela recorrió barrios y corregimientos con encuentros en la Ciudad Universitaria, Guadalupe, La Honda, Picacho, Villatina y Palmitas. Contó con el apoyo de la Secretaría de Participación Ciudadana de la Alcaldía de Medellín; la Facultad de Ciencias Sociales, la Cátedra Universitaria María Teresa Uribe, el Instituto de Estudios Políticos y la Unidad Especial de Paz de la Universidad de Antioquia, y procesos comunitarios que aportaron en la convocatoria y el acompañamiento. Cada jornada buscó leer el territorio con quienes lo habitan y construir acciones para fortalecer la vida comunitaria.
Las sesiones reunieron a personas diversas. Líderes de víctimas, firmantes de paz, jóvenes, adultos mayores y estudiantes participaron de ejercicios de diálogo, recorridos, cartografías y prácticas restaurativas. Lo sintetiza Claudia Reginfo: “Vinieron líderes de víctimas, jóvenes, estudiantes, abuelos, juntas de acción comunal. Esa pluralidad es la que necesitamos”. En cada encuentro se escuchaban historias, preguntas y silencios que abrían espacio para la palabra. “No es un tribunal donde todo el mundo quiere castigar. Es un encuentro más humano, más tranquilo. Es también una escuela de reconciliación”, dice Claudia.
Para muchas mujeres, el proceso abrió un camino nuevo. Así lo cuenta Gloria Mazo: “Yo era una mujer muy tímida. Usted me hablaba, me preguntaba algo y yo no era capaz de responderle. Siempre decía ‘No sé’. Gracias a esta escuela he aprendido a compartir con la gente, a respetar la gente, a muchas cosas que sí sabía pero no ponía en práctica”. Su relato muestra una transformación personal que se repite entre las participantes. La participación deja de ser un temor y se convierte en un espacio seguro para fortalecer la voz propia.
En la palabra de María Elcy Úsuga se siente la raíz territorial del proceso. “Yo habito en el barrio Carpinelo… haciendo juntanza para el mejoramiento integral de barrios, para la cultura de paz con niños, niñas y jóvenes, y aportando porque la paz es las acciones del ser”, afirma. Su historia viene de años de organización en la ladera, en barrios donde llegaron familias campesinas desplazadas que tuvieron que rehacer la vida. “Somos nosotras las que sabemos cuáles son nuestras necesidades… siempre estamos en construcción constante.”, dice Úsuga.
La Escuela nació para responder una pregunta central: ¿cómo se planea la ciudad desde la experiencia de quienes la habitan? Este año la planeación territorial fue un eje clave. No como un ejercicio técnico, sino como una lectura viva del territorio. “Aprendimos que la planeación es ascendente. Viene desde la potencia que ya tiene la comunidad. El barrio es la base primaria del ordenamiento territorial.”, explica Claudia. Con cartografías sociales, recorridos y diálogos, las comunidades identificaron riesgos, capacidades y acciones necesarias para su bienestar.
La planeación territorial se volvió un eje fundamental de la Escuela porque permite que las comunidades nombren lo que necesitan y participen en las decisiones sobre sus barrios. Al trabajar los mapas, los recorridos y la lectura del entorno, las personas entendieron que la planeación no es un documento distante, sino una herramienta para cuidar la vida cotidiana. Como explica Reginfo: “Aprendimos que la planeación es ascendente. Viene desde la potencia que ya tiene la comunidad”. Ese enfoque permitió que los participantes reconocieran que cuando un territorio se ordena con justicia, se reduce el conflicto, se protege el ambiente, se fortalece la convivencia y se amplía la participación. La paz empieza también por planear bien el lugar donde se vive.
Uno de los momentos más significativos ocurrió en Palmitas. Allí, firmantes de paz y comunidad compartieron un espacio que profundizó la dimensión restaurativa. Calvin, firmante de paz, explicó la historia y el valor del predio: “El uso del suelo es forestal protector, es un techo de Medellín y es rico en una cuestión hídrica. No es una tierra para sembrar y eso fue un baldado de agua fría porque pensábamos que aquí podríamos hacer nuestros proyectos productivos. En un ejercicio de aprendizaje e investigación conocimos el uso del suelo. La UdeA nos ha apoyado. Empezamos a tomar consciencia de que esto es muy importante para nuestro trabajo social y el medio ambiente para el mundo”.
Ese diálogo permitió reconocer la memoria del lugar. Calvin agregó: “Allá había una cocina de coca donde estaba el techo verde. Allá quedaba un horno que en su momento explotó y hubo dos muertos. A partir de eso, investigaron y le confiscaron al dueño estos lotes”. Hoy, el predio se transforma con nuevas propuestas: “Hay posibilidad de que en este espacio se hagan proyectos y hagamos un proyecto grande de apicultura… Están organizando ese espacio para un aula ecológica y de paz”, señaló. Y sobre el enfoque restaurativo dijo: “Esperan que una medida de las sanciones propias sea hacer una acción restaurativa con el medio ambiente. Esto es para la comunidad, para abrirnos a la gente”.
La presencia de víctimas y firmantes generó diálogos necesarios. Aura Serna, víctima del conflicto, celebró estos encuentros: “Yo sí celebro los encuentros con los firmantes, la comunidad y nosotros las víctimas. Ya es hora de que conozcamos las historias de los muchachos firmantes y que ellos escuchen las de nosotras. Es bueno hacer esos intercambios de experiencias y que nos pongamos en los zapatos de los otros. Es hora de que no seamos tan ignorantes a la hora de hablar”.
La dimensión restaurativa se reflejó en proyectos y decisiones colectivas. Claudia Reginfo lo resume: “Lo restaurativo no se mide en indicadores. Se mide en la experiencia”. Las comunidades propusieron fortalecer acueductos comunitarios, crear aulas ambientales, cuidar los cerros, promover la convivencia, proteger lugares de memoria y aportar insumos para el POT y los planes barriales. Cada propuesta nació del territorio y se construyó con metodologías de coproducción adaptadas a cada barrio.
La Escuela avanzó con una metodología que pone al territorio en el centro. Claudia insiste: “La Escuela no es solo teoría. Es coproducción y pedagogía popular. Es desde abajo. La comunidad nos enseña cómo se hace la paz”. Ese enfoque permitió que cada encuentro dejara una huella duradera. Que las comunidades reconocieran su conocimiento. Que las instituciones entendieran que la participación es una ruta para construir una ciudad con dignidad.
La experiencia sigue creciendo y llega a nuevos barrios. Así lo expresa María Elcy Úsuga: “Hemos construido paz desde el territorio porque hemos pensado cómo es nuestra vida… al hacer juntanza con otras y otros para fortalecernos en lo social, en lo participativo, en la planeación”. Cada conversación abre un camino. Cada encuentro fortalece una idea de ciudad que nace desde adentro. Al final queda la imagen del grupo caminando la ladera y escuchando lo que el territorio tiene por decir. La Escuela avanza porque las comunidades creen en la posibilidad de una vida más tranquila. Gloria Mazo lo sintetiza con una frase que acompañó todo el proceso: “En vez de tener la guerra, tener paz en la comunidad”.